¿Fue el miedo exacerbado? ¿Fueron intereses de crimen organizado en pequeña escala? ¿Fue el desprecio al otro, al ajeno, al que no es del pueblo, y si resulta policía, tanto peor? ¿La suma de todo? El linchamiento de tres agentes de la Policía Federal Preventiva en el pueblo de San Juan Ixtayopan, en Tláhuac, una noche de noviembre de 2004, generó debates que no dejaban de tener su toque de escándalo desde los sectores intelectuales de México: ¿cómo era posible que en el siglo XXI todavía sucedieran hechos tan atroces? Aquel suceso desdichado, por si fuera poco, se contaminó de política, y escribió un capítulo más en la historia de la difícil pero democrática convivencia de autoridades y gobiernos pertenecientes a distintos proyectos partidistas.
Nada de eso, sin embargo, ha logrado atenuar, y pese al paso de los años, la brutalidad de lo ocurrido hace 19 años y que todavía se conoce como “La Noche de Tláhuac” o “El caso Tláhuac”.
LA OSCURIDAD DE NOVIEMBRE
Como casi todo, en tiempos de la inmediatez informativa, lo que ocurría en San Juan Ixtayopan, al anochecer del 23 de noviembre de 2004, empezó a ser del conocimiento público por medio de las coberturas informativas de la televisión mexicana. Se percibió agitación, fuerte movimiento en las calles del pequeño pueblo de Tláhuac. Poco a poco se fueron detallando los rasgos del horror.
Se empezó a hablar de linchamiento. Los habitantes del pueblo explicaron, a los primeros reporteros que se apersonaron en San Juan Ixtayopan, que se trataba de “robachicos”, y que no estaban dispuestos a tolerar la presencia de delincuentes en su pueblo; estaban dispuestos a “hacerse justicia” ellos mismos. Aquellos datos escuetos, proporcionados en medio de un enorme bullicio, entre gritos enardecidos y rostros iracundos, eran apenas el inicio de una historia que sorprendió al país entero y que se volvió otro capítulo de una lucha política entre la autoridad de la ciudad de México y el gobierno federal.
Porque no se trataba de “robachicos”. Poco a poco, la información aumentó: se trataba de tres agentes federales que hacían una investigación para localizar redes de narcomenudeo. Lo más terrible del caso sería que la identidad de aquellos hombres fue revelada por uno de ellos, con el rostro deforme por los golpes, en un entorno de gran tensión, donde ni siquiera los reporteros y sus camarógrafos estaban completamente a salvo.